viernes, 15 de abril de 2011

Gloria Metcalfe: Las lecciones de una partera trotamundos


Por la selva latinoamericana, Angola, Mozambique, Paquistán y Nepal viaja la matrona chilena Gloria Metcalfe descubriendo los secretos de los partos humanizados. Desde si es mejor que la mujer esté en cuclillas o acostada en una cama, si se arropa con su propia manta o cuándo es recomendable poner suero. Su meta: que la mujer recupere el control sobre su minuto de dar a luz. Por María Paz Cuevas Fue la madre de su madre quien le contó sobre su propio nacimiento. Hace cincuenta años, la abuela materna de la matrona Gloria Metcalfe (55 años) atendía partos en casas en Ñuñoa y por eso había ayudado a su propia hija a dar a luz a Gloria en su dormitorio. Eso le contó a su nieta, que de niña era preguntona y quería saber qué hacía su abuela, por qué las mujeres la llamaban a veces en la mitad de la noche quejándose de dolor. Entonces ella le explicaba que ayudaba a esas mujeres a traer hijos al mundo. Que a veces se rompían unas bolsas de agua y que dolía, pero que era un proceso natural donde ella las acompañaba y les daba fuerzas, masajes, caldo, agüitas. Gloria escuchaba esas historias como si fuesen cuentos. Y más grande, cuando se tituló como matrona de la Universidad de Chile y empezó a trabajar en el Hospital Paula Jaraquemada, creyó que efectivamente lo eran. Ahí, los casi treinta partos diarios que había eran muy distintos de los que relataba su abuela partera. El rol de ella, como matrona, no era apoyar a la paciente, sino al médico. Las mujeres a punto de dar a luz se convertían en pacientes, es decir, en enfermas que pasaban de cama en cama: de la urgencia, al preparto y después a la sala de parto en pleno proceso de contracciones. "Es como pasa hasta hoy: las mujeres están juntas en una sala, con las cortinas corridas, de piernas abiertas mientras pasa cualquiera y mira. Esos son los partos medicalizados, basados en el temor de que exista una complicación, a pesar de que las complicaciones sólo se presentan en el 15% de los casos. El parto medicalizado hace que estés bajo control de otros en vez del tuyo", explica Gloria. Nueve años estuvo en el área de maternidad del hospital y se quedó con la sensación de que los partos no eran esos eventos mágicos que creía de niña, sino "degradantes". Por eso, aceptó la oferta de trabajo que le hicieron en el Ministerio de Salud para trabajar en el Área de la Mujer. Ahí estuvo otros nueve años, hasta que a fines de los 90 conoció en el trabajo a una consultora norteamericana de Usaid (Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional de la Salud Materna) y ella la invitó a trabajar en el programa Mother Care de la misma organización para ayudarle al Ministerio de Salud de Bolivia a hacer protocolos y normas de atención en el parto, con el fin de disminuir la mortalidad materna. La Usaid hacía ese tipo de intervenciones en países en vías de desarrollo y Gloria rápidamente se sumó a su equipo de consultores. Dejó el ministerio y se fue a Bolivia. Y después de un año, aterrizó en Estados Unidos, donde también se contactó con miembros del programa de Obstetricia de la Universidad John Hopkins en Baltimore para quienes hasta ahora también realiza trabajos en distintas zonas pobres del mundo. Cuando llegó hasta Baltimore, donde conoció a su amiga, la enfermera Ann Davenport, con quien viaja capacitando, por fin se encontró con algo parecido a lo que hacía su abuela: una casa de parto. Gloria estuvo en una casa de parto de Texas dos semanas observando cómo nacían las guaguas, la mayoría de madres mexicanas que llegaron hasta ahí como inmigrantes ilegales. Y quedó sorprendida. En ese lugar había embarazadas acompañadas de matronas y familiares arriba de camas matrimoniales, moviéndose a su antojo antes de dar a luz, tomando agua para hidratarse, sin suero a la vena, tan sólo esperando el momento oportuno del nacimiento. Vio cómo una mexicana a punto de parir comía tacos entre contracciones. Y algo le hizo clic. "Fue recién ahí cuando me di cuenta de mi verdadero rol en un parto. No es el parto del médico ni de la matrona, sino el de la mujer". Hoy lleva más de diez años enseñando en distintos países subdesarrollados del mundo. Como consultora de Salud Materna de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid) ha viajado hasta Ecuador, Bolivia, Perú, Guyana, Paraguay, Afganistán, Nepal, Mozambique, Ghana, Angola, Tanzania, Paquistán intentando mejorar la atención de la mujer durante el parto y disminuir la mortalidad materna instruyendo al personal que los atiende. Gloria intenta que la futura madre no sienta que todos, menos ella, tienen el poder de su propio momento de dar a luz. Trata de que la mujer vuelva a adueñarse de su parto. Como lo que hacía su abuela partera hace muchos años. Volver a nacer En 2000 Gloria se fue a vivir a Baltimore, desde donde estableció su centro de operaciones. Desde entonces tanto la Usaid como la Universidad John Hopkins la empezaron a enviar a misiones hacia distintos países del planeta donde la mortalidad materna todavía es altísima. "Tratamos de enseñarles a los equipos médicos cómo atender mejor y manejar complicaciones para prevenir muertes. Dentro de eso, intentamos mostrarles qué es un mejor parto". En estos viajes aprendió que andar trasladando a la madre de un lado a otro no tenía sentido en Mozambique: en una maternidad de la capital, un médico del lugar le ordenó a otra embarazada que caminara de la sala de prepartos a la de partos para dar a luz. Cuando Gloria venía por el pasillo, vio a la mujer caminando apenas, quejándose de dolor, pidiendo auxilio. En un instante, se dio cuenta de que la guagua, que venía prematura, colgaba entre sus piernas. Gloria atinó a poner su mano para que no cayera al suelo. Por eso, después, en una de sus capacitaciones en Guatemala, Gloria instó a una de las doctoras guatemaltecas a que se agachara hasta el suelo para examinar a una chica a punto de parir, que se había puesto ahí para capear el calor infernal que hacía. "¿Yo? ¿En el suelo?", le preguntó extrañada la doctora. "Sí pues, si ella está ahí". Al rato, tanto Gloria como la doctora figuraban de rodillas en el piso oyendo los latidos del niño que venía en camino. En Angola, comprobó que la mejor posición no era acostada, sino en cuclillas, en una tribu africana donde una madre, al momento de dar a luz y en plena intemperie, se afirmó de dos estacas, se agachó un poco manteniéndose de pie y empujó para recibir a su hijo en sus propias manos. Igual que en una maternidad de Nepal, cuando una madre, acuclillada, sin mayores alardes ni peticiones de ayuda, dio a luz, luego tomó a su bebé, lo arropó con una tela tradicional que ella misma traía, se levantó de la cama y regresó a su casa como si nada. En Brasil conoció las maternidades donde las mujeres tienen a sus hijos en cuclillas y con la compañía del padre. Ya había comprobado de sobra en las casas de parto de Estados Unidos que las madres pueden comer y beber en el trabajo de preparto si quieren. En Bolivia también: las mujeres indígenas no sólo tienen la tradición de parir en sus hogares con una partera, sino también de hacer ese momento lo más normal posible. Comen, beben y se arropan. Prefieren la casa antes que el hospital. Sin embargo, ha sido difícil transmitir esas ideas a los médicos y matronas de países subdesarrollados: la mayoría de ellos, como Chile, han seguido al pie de la letra el ejemplo norteamericano en el que el parto es lo médicamente supervisado de principio a fin. "Es difícil que acepten que un parto se puede hacer fuera de un hospital, sólo acompañado por una partera. La mayor parte del ingreso de un hospital es por embarazadas". Y aunque también ha aprendido aciertos culturales de tiempos ancestrales, Gloria ha tenido que derribar algunas tradiciones en pos de la salud de la mujer como en Bolivia o Perú donde las mujeres indígenas simplemente no acuden al hospital. "Allá creen que cuando una mamá sangra mucho después del parto es bueno porque se está limpiando. Creen que el edema es natural". En zonas como ésas, a Gloria le ha tocado instruir muchas veces a parteras analfabetas a punta de dibujos o palabras muy sencillas. También a médicos y matronas que se resisten a creer que volver a lo natural es lo mejor. Sentada en el patio de su casa en Olmué, donde vive desde hace cuatro años, Gloria sostiene un huevito de cerámica. En uno de sus costados se asoma la carita de una guagua. Es uno de los regalos que le dieron en uno de sus innumerables viajes enseñando volver al parto humanizado. "Somos nosotras las que tenemos que recuperar la conciencia del poder que significa parir. Al menos que las mujeres que quieran tener esta opción, de un parto menos intervenido donde ellas ejerzan el control, la encuentren. Y así se adueñen de su parto, algo que, a todas luces, es un milagro".

No hay comentarios:

Publicar un comentario